viernes, diciembre 09, 2005


TATUAJES

Desde que Rafael de León escribiera la canción “Tatuaje”, para mayor gloria de Concha Piquer, ha llovido mucho. La España actual no es la de los años cuarenta. Fueron duros años de dictadura, miseria y nacional catolicismo. Es difícil de entender que la censura, que todo lo controlaba, pasara por alto la letra de la canción. Quizá fuera porque quien la interpretaba, “ la Piquer”, era adicta al régimen franquista. Quizá también porque quien la compuso era de “rancio abolengo” y podía poner tras su largísimo nombre (Rafael de León y Arias de Saavedra, sin contar los nombres de pila bautismal) los títulos de Conde de Gómara y Marqués del Valle de la Reina. Que Rafael de León fuera noble no fue óbice para ser amigo de conocidos republicanos de izquierdas (antes de ser asesinados o exiliados), para pegarse grandes fiestas en cabaretes, tabernas o en los locales más sórdidos de la época y llevar una vida más o menos declarada de homosexual. Pero bueno, yo no quería hablar en esta entrada de mi visión de la España de aquellos años. Quiero hablar de tatuajes.

La cruda canción habla de un marinero que lleva tatuado un corazón en el pecho y en el brazo el nombre de una mujer. El rubio marinero lleva incrustado en su piel el nombre de la persona a quien ama apasionadamente, pero ese amor ya no es correspondido: “Ella me quiso, y me ha olvidado, en cambio, yo no la olvidé”, dice la letra. Un amor imposible. Un drama. El guapo marinero (debía serlo, ya que deja “trastorná” y al borde de la cirrosis producida por el abuso del aguardiente a la protagonista femenina de la canción) no sólo llevaba un tatuaje, era una historia escrita en forma de tatuaje en su piel.

Hubo un tiempo en que detrás de un tatuaje había una historia. En muchos casos decoraban carne de presidio. Puntos, entre el pulgar y el índice, que se exhibían con orgullo en los ambientes más marginales, como quien enseña el carné de socio de un selecto club. El club de la trena. Pero, claro, esa credencial delataba el pasado y no servía para otros ambientes si se tenía voluntad de cambiar.

Hace bastantes años conocí a un chapero (un chulo, un prostituto) que se buscaba la vida mercadeando con su cuerpo en los billares del Café Madrid de Sevilla. Al escribir esto me acuerdo de lo que decía el transformista valenciano “La Sareta” en sus shows: “¡Billares Colón, el hogar del maricón!”. Éstos de Sevilla en aquella época también eran el “hogar” de muchos homosexuales. El entonces joven chapero (de la misma edad que yo) intentaba parecer chico dulce o chico duro, según le convenía dependiendo de cómo intuía que lo preferiría el cliente. Se ocultaba, o no, la mano en el bolsillo mientras concretaba el servicio a prestar y por cuánto, la mano en que unos puntos delataban su paso por la Prisión Provincial. La vida profesional del chapero, igual que la de los futbolistas, es corta. Cuando decidió intentar cambiar de vida (¿lo conseguiría?) empezó por eliminar esos puntos tatuados que le recordaban un pasado nada grato para él. Acabó quemándolos con un punzón al rojo vivo y como anestesia se bebió una botella de whisky DYC.

Continuara…

1 comentario:

Felipe dijo...

mmm

Yo tengo dos tatuajes. Uno me lo hice cuando comencé la universidad. Y el otro cuando la terminé. Ahora quiero agrandar uno de ellos hasta la espalda.

Por segunda vez me quitas el tema del blog. Primero fueron los pelos... ahora los tatuajes. Crep que tendré que ponerme a escribir a penas se me ocurra algo. jajaja


Saludos desde SCL