EL AKELARRE
Los de este mundo que alguna vez han cruzado el umbral y han entrado en el mundo de ellos y han podido observar una de sus reuniones, han tenido la oportunidad de presenciar uno de los espectáculos más sobrecogedores y dantescos con los que un ser vivo se puede topar. Algunas veces escogen lugares apartados en el extrarradio urbano, pero suelen preferir el casco antiguo de las ciudades. Sus lugares preferidos suelen ser antiguos almacenes, hangares, antiguas cavas e incluso se da la paradoja de que algunas de estas reuniones se realizan en antiguas iglesias y conventos adaptados a su ritual. Suele ser habitual en grandes sótanos o semisótanos. Para que sus reuniones se lleven a cabo y no ser delatados es imprescindible que sus canciones, gritos, lamentos y percusiones con las que se ayudan para llegar al trance y el éxtasis no lleguen al oído de los que estamos en este otro lado, por eso les gustan los anchos y viejos muros. La luz es de panteón, mínima, la imprescindible para orientarse hasta llegar a la gran sala de ceremonias. Para tener acceso a una de estas reuniones hay que ser parte de ellos o al menos parecerlo. Igual que en el reino de Hades, las entradas están protegidas por un can Cerbero o varios. Los guardianes mitológicos del reino de los muertos no obstaculizaban la entrada ni hacían daño a las sombras de los muertos pero vetaban a los vivos. Éstos de ahora, si se percatan de que no formas parte de los iniciados, no te permitirán la entrada. Estas almas llegan de todos los lugares de la ciudad, y han estado toda la noche vagando, preparándose para el gran ritual. Algunas hacen muchos kilómetros hasta llegar al lugar del encuentro. Los cuerpos que las portan son de diferentes sexos, suelen alojarse en cuerpos jóvenes, aunque hay algunos de mediana edad. Una vez que les ha sido franqueada la entrada se dirigen a la sala principal, la más amplia. Preside la sala el Maestro de Ceremonias y Sumo Sacerdote de este encuentro. El sacerdote se encuentra en un lugar elevado similar a un púlpito, nadie puede entrar en su lugar sagrado. Para que nadie profane el Santo Sanctorum, el púlpito esta acristalado y el Maestro de Ceremonias encerrado dentro. El Maestro de Ceremonia está tocado con un gorro ritual que le deja tapada la nuca y la parte de atrás del cuello. Una diadema metálica en sentido trasversal de oreja a oreja le sujeta el gorro. De sus orejas le salen dos cuernos cilíndricos romos y delante de él, a la altura de sus manos, se encuentra el pequeño altar. De su cuello pende un enorme collar de bolas de acero en el que está engarzado un raro símbolo de origen mítico.
La reunión está en su clímax. Del techo cuelgan dos jaulas cerradas, en una se encuentra una mujer joven y en la otra un hombre de edad similar a la joven. Parecen ser las víctimas del sacrificio, están casi desnudos, sus danzas frenéticas denotan que les han tenido que hacer beber alguna pócima. Sudan copiosamente y con sus convulsiones se desprenden gotas de sudor que caen sobre el resto de la asamblea que se encuentra bajo los enjaulados. Junto a las jaulas y a cada uno de sus lados se encuentran dos enormes cajas también colgadas. En estas cajas debe haber alimañas encerradas que no dejan de pegar alaridos fortísimos y sonidos indescifrables. El ruido que sale de las cajas es ensordecedor. La mayoría de los convocados se encuentra a ras de suelo, bajo las cajas y frente a los enjaulados. Participan en una danza desenfrenada y algunos de ellos, que han conseguido llegar a mayor trance, saltan sobre una tarima donde sus convulsiones aumentan, tienen los ojos vidriosos y parecen estar ciegos, con la mirada perdida. Se desprenden de parte de sus ropas y se quedan con los torsos al aire, algunos sólo con los calzoncillos. Estiran sus brazos y los unen por las manos, las convulsiones unas veces son hacia un lado y otras veces hacia el lado contrario, incluso en sus ataques alguno se toca los genitales. A veces sus piernas parecen pegadas a la tarima y quedan inmóviles, mientras sus manos, troncos y cabezas parecen haber perdido el control y tener vida propia, moviéndose escandalosamente. Pero, de pronto, cambian y son sus piernas las que se mueven y sus torsos quedan como estatuas. En sus cuerpos llevan tatuados a sus dioses y a símbolos arcaicos.
Cuentan las leyendas de antiguos akelarres que el Macho Cabrío –Satán– iluminaba la reunión con el cuerno de la frente, con una luz superior a la de la Luna pero inferior al Sol. Aquí es el Maestro de Ceremonias quien controla la luz. De una luz de penumbra pasa a una luz cegadora, oscilando, ahora ves, ahora no. El calor, la danza desenfrenada, los brebajes y alucinógenos hacen que pierdan la noción del tiempo y la realidad. En las milésimas de segundo que duran los fogonazos de luz proporcionados por el Maestro de Ceremonias se ven unos a otros como seres superiores, inmortales, maravillosos. Cuando intentan articular palabras y hablar entre ellos sólo consiguen un intercambio de lluvia de saliva y palabras sin sentido. Pasar de la luz cegadora a la oscuridad produce el efecto óptico y alucinógeno de ver los movimientos de los demás como fotogramas de una película, a veces da la sensación de que se ha congelado la imagen.
Es el Maestro de Ceremonia quien controla todo. Él también está en trance, pero sus arrebatos son más suaves, de vaivén, de adelante hacia atrás, de vez en cuando se toca los cuernos que le salen de las orejas. Desde su púlpito lo controla todo, tiene el poder de hacer callar a las alimañas de las cajas o hacerlas chillar más. Puede pasar de la luz de la noche a la luz del día, también puede hacer que los reunidos se paralicen o se desboquen. Del altar mana todo su poder. En el altar, que se encuentra a la altura de sus manos, dos piedras sagradas finas y circulares de color negro giran. Él con sus manos toca las piedras sagradas y según en que forma lo haga así reaccionará la asamblea.
De pronto todo queda en silencio, la gente deja de moverse y una luz normal como la de este mundo ilumina la escena. El Maestro de Ceremonias se dirige a los reunidos y les dice. "Amigos, son las tres de la tarde. Nuestra discoteca va a cerrar. Os recordamos que todos los fines de semana a las seis de la mañana comienza nuestro After Hour".
Dedicado a mi amigo Yanguas DJ, magnifico Maestro de Ceremonia
Foto y texto ©Paco Molina / Texto publicado ya publicado en el 2002
La reunión está en su clímax. Del techo cuelgan dos jaulas cerradas, en una se encuentra una mujer joven y en la otra un hombre de edad similar a la joven. Parecen ser las víctimas del sacrificio, están casi desnudos, sus danzas frenéticas denotan que les han tenido que hacer beber alguna pócima. Sudan copiosamente y con sus convulsiones se desprenden gotas de sudor que caen sobre el resto de la asamblea que se encuentra bajo los enjaulados. Junto a las jaulas y a cada uno de sus lados se encuentran dos enormes cajas también colgadas. En estas cajas debe haber alimañas encerradas que no dejan de pegar alaridos fortísimos y sonidos indescifrables. El ruido que sale de las cajas es ensordecedor. La mayoría de los convocados se encuentra a ras de suelo, bajo las cajas y frente a los enjaulados. Participan en una danza desenfrenada y algunos de ellos, que han conseguido llegar a mayor trance, saltan sobre una tarima donde sus convulsiones aumentan, tienen los ojos vidriosos y parecen estar ciegos, con la mirada perdida. Se desprenden de parte de sus ropas y se quedan con los torsos al aire, algunos sólo con los calzoncillos. Estiran sus brazos y los unen por las manos, las convulsiones unas veces son hacia un lado y otras veces hacia el lado contrario, incluso en sus ataques alguno se toca los genitales. A veces sus piernas parecen pegadas a la tarima y quedan inmóviles, mientras sus manos, troncos y cabezas parecen haber perdido el control y tener vida propia, moviéndose escandalosamente. Pero, de pronto, cambian y son sus piernas las que se mueven y sus torsos quedan como estatuas. En sus cuerpos llevan tatuados a sus dioses y a símbolos arcaicos.
Cuentan las leyendas de antiguos akelarres que el Macho Cabrío –Satán– iluminaba la reunión con el cuerno de la frente, con una luz superior a la de la Luna pero inferior al Sol. Aquí es el Maestro de Ceremonias quien controla la luz. De una luz de penumbra pasa a una luz cegadora, oscilando, ahora ves, ahora no. El calor, la danza desenfrenada, los brebajes y alucinógenos hacen que pierdan la noción del tiempo y la realidad. En las milésimas de segundo que duran los fogonazos de luz proporcionados por el Maestro de Ceremonias se ven unos a otros como seres superiores, inmortales, maravillosos. Cuando intentan articular palabras y hablar entre ellos sólo consiguen un intercambio de lluvia de saliva y palabras sin sentido. Pasar de la luz cegadora a la oscuridad produce el efecto óptico y alucinógeno de ver los movimientos de los demás como fotogramas de una película, a veces da la sensación de que se ha congelado la imagen.
Es el Maestro de Ceremonia quien controla todo. Él también está en trance, pero sus arrebatos son más suaves, de vaivén, de adelante hacia atrás, de vez en cuando se toca los cuernos que le salen de las orejas. Desde su púlpito lo controla todo, tiene el poder de hacer callar a las alimañas de las cajas o hacerlas chillar más. Puede pasar de la luz de la noche a la luz del día, también puede hacer que los reunidos se paralicen o se desboquen. Del altar mana todo su poder. En el altar, que se encuentra a la altura de sus manos, dos piedras sagradas finas y circulares de color negro giran. Él con sus manos toca las piedras sagradas y según en que forma lo haga así reaccionará la asamblea.
De pronto todo queda en silencio, la gente deja de moverse y una luz normal como la de este mundo ilumina la escena. El Maestro de Ceremonias se dirige a los reunidos y les dice. "Amigos, son las tres de la tarde. Nuestra discoteca va a cerrar. Os recordamos que todos los fines de semana a las seis de la mañana comienza nuestro After Hour".
Dedicado a mi amigo Yanguas DJ, magnifico Maestro de Ceremonia
Foto y texto ©Paco Molina / Texto publicado ya publicado en el 2002
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BESITOS
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