miércoles, agosto 22, 2007


PELO Y PLUMA LITERARIA



De todos es sabido que los enfrentamientos entre artistas son bastante comunes. A la hora de odiarse ponen la misma capacidad creativa y el mismo talento con el que han sido dotados para las artes que para tratar de hundir al colega que odien. Y lo mismo vale entre artistas de tercera regional que entre grandes divos o monstruos de la creación. La diferencia será que el mayor nivel intelectual de los contrincantes enriquecerá el enfrentamiento, quizás más sutil (aunque no siempre los genios son sutiles), pero también más letal, y en el caso de los más mediocres podrá llegar a ser patética la pelea. En las altas esferas de la intelectualidad daña más una frase culta criticando al contrario que los arañazos que se dan en la cara, en las peleas, las mujerzuelas barriobajeras, aunque se dejen las caras como mapas de carreteras.

La historia de la literatura está llena de enfrentamientos entre literatos. Algunos de estos combates entre profesionales de la pluma han dejado escritas páginas memorables en el mundo de las letras. En lengua castellana tenemos el muy conocido enfrentamiento entre Quevedo y Góngora. ¡Las cosas que se dijeron estos dos hombres! Si se las dijeran autores actuales, muy probablemente acabarían en querellas judiciales. Además, hoy en día, donde lo políticamente correcto impera, algunos de los epítetos que Quevedo le dedicó a Góngora serían tildados, y con toda razón, de antisemitas. Góngora (1561-1627) nació en Córdoba de una familia bien y parece que de origen converso, y por ahí fue por donde le atacó Quevedo. El autor de La vida del Buscón escribe: “yo te untaré mis obras con tocino
porque no me las muerdas, Gongorilla”, una clara alusión a la prohibición que tienen los judíos de comer productos del cerdo. En otro verso le llama perro o, lo que es lo mismo, lo insulta llamándole “perro judío”. Para la nariz de Góngora también tiene alusiones racistas, ya que la describe como la que se le supone a los hebreos. Aunque se dice que ese enfrentamiento era debido a la forma de entender la literatura, cultistas contra conceptistas, parece más visceral que intelectual el aborrecimiento que se tenían. Y no hay una reacción emocional más visceral que la envidia y los celos. Si los celos en las relaciones de pareja pueden llegar a ser mortíferos por temor a los cuernos, entre los escritores y otros profesionales de la creación los produce el que el otro sea más leído, comprado o reconocido.

Más recientemente el enfrentamiento entre Francisco Umbral y Arturo Pérez-Reverte hizo que corrieran ríos de tinta. En esta pelea los escritores no estaban solos, cada uno de ellos contaba con sus padrinos de duelo. Los padrinos de Umbral, atrincherados en El Mundo, desenvainaron las espadas para defender al “maestro Umbral”. (¿Por qué algunos medios llaman a sus propios columnistas maestros?). La guerra llegó a su cenit cuando el “maestro Umbral”, en la presentación de Pasiones Romanas, premio Planeta 2005, se atrevió a decir que "...es la novela sin estilo, pero el estilo es la impronta masculina por excelencia. Está incardinada en las últimas tendencias, que no sabemos si son buenas o malas, pero tampoco Pérez-Reverte tiene estilo y no se le critica por ello". Como no era la primera vez que Umbral se metía con el estilo de Pérez-Reverte, éste le dedicó un artículo en El Semanal titulado “El muelle flojo de Umbral” en el que se despachó a gusto. Poco faltó para que no le diera con un calcetín sudado en la cara al ya anciano Umbral y, si no lo hizo, quizá fue por respeto a la edad. El artículo de replica a las palabras de Umbral no tiene desperdicio, lo llamó de todo. Creo que el artículo pone a Umbral en su sitio, sitio que no puede ser otro que muy bajo ya que el plomo pesa.

Sería muy larga la lista de autores de todos los tiempos que han tenido diferentes tipos de enfrentamientos con sus colegas. Cela dedicaba una de las ediciones de “La familia de Pascual Duarte” de esta manera (cito de memoria): “Dedico esta novela a mis enemigos, que tanto han contribuido al éxito de mi carrera”. En la mayoría de los casos se han justificado los navajazos que se han pegado, sean por escrito o verbales, por desacuerdo en el “estilo” o por entender que lo que escribe el otro no es literatura, por purismo literario. Claro, ninguno dice que le revienta que otro autor contemporáneo sea más reconocido internacionalmente por ser más traducido, que esté en la lista de los más vendidos o que firme más en la Feria del Libro. Porque, claro, la escritura que uno hace es una genialidad y los genios son unos incomprendidos, sobre todo en vida.

Las parrafadas anteriores me han servido para introducir la cuestión que yo quería plantear aquí: cómo un maestro de la literatura puede perder los papeles por una cuestión relacionada con el pelo corporal. ¿Puede un genio de la literatura del Siglo XX llegar a las manos, es decir, a pelearse cuan marino borracho en una taberna portuaria frecuentada por prostitutas y proxenetas, porque le digan que no es un hombre de pelo en pecho? He aquí la historia.

Hemingway fue la imagen del hombre macho norteamericano real (en la ficción eran los personajes del cine). Todo virilidad, gran cazador de leones en África y de mujeres por todo el mundo, gran amante, apasionado del toreo y de emociones fuertes, casado no sé cuántas veces, atrevido explorador, buen bebedor de güisqui, gran viajero. El hombre macho en estado puro. Pero, además, gran escritor, el más popular de su generación. Escritor que sólo sabía escribir de lo que había vivido y detestaba a los escritores que no salían de sus despachos y no habían vivido lo escrito. Si se escribe sobre la guerra hay que haber estado en una y si se escribe sobre la pesca hay que ser un as de la caña. Si no era así, le parecían escritores falsos. Parece que era muy echado para adelante y no toleraba a los melindrosos. Durante décadas fue corresponsal de diarios y revistas, lo que le permitió viajar por todo el mundo, estar en el ojo del huracán de muchos conflictos y ser testigo de actos políticos de una relevancia que modificaron el mundo en que vivió. Esa experiencia como corresponsal y enviado especial fue su “trabajo de campo” que luego convertiría en novelas. En cuanto a su físico, parece que producía estremecimiento en las mujeres, especialmente en las jovencitas amantes de los “daddys”, y he de suponer que también alegraba las pajarillas a más de un hombre. De hecho, sigue habiendo concursos en USA de “look” Hemingway. Hombre de barba blanca y torso lleno de pelos que parecían querer escaparse del pecho para unirse a la barba. Tenía casi siempre un buen color de piel, su gusto por el mar y los espacios abiertos le otorgaba un bronceado perenne, lo que hacía parecer aún más blanca su barba. Aunque ese deseo de aventura también le produjo más de un disgusto, ya que parecía propenso a los accidentes.

Hemingway, igual que otros muchos escritores, tuvo bastantes disputas con compañeros de oficio, pero sin duda la que más me ha sorprendido fue la que tuvo con el escritor Max Eastman, que está relacionada con los pelos del pecho de Ernest, de ahí el título de esta entrada. The New Republic publicó un artículo en 1933 firmado por el también escritor Max Eastman en que el autor aseguraba que Hemingway no era un “verdadero macho” porque “usaba pelo postizo en el pecho”. El artículo, más que cuestionar la virilidad o heterosexualidad de Hemingway, lo que cuestionaba era si los pelos del pecho que lucía eran auténticos. Acusaba a Ernest de tener un ¡bisoñé torácico! Parece una acusación absurda y más proviniendo de un escritor serio (Max Eastman fue especialista en escribir sobre el comunismo, parece que al principio tenía ideas afines al régimen bolchevique, pero luego fue uno de los primeros en denunciar el estalinismo). Si absurda parece la acusación, la reacción del que años después escribiera “Por quién doblan las campanas” tampoco estuvo a la altura que se esperaría de un gran escritor: usar la pluma y no la agresión física. Algunos años después de publicarse el artículo que trataba de dejar el pecho de Hemingway con menos pelos que una bombilla, ambos escritores se encontraron casualmente, estando rodeados de amigos comunes, y Ernest, nada más ver a Eastman, se descubrió el pecho, se pegó unos tirones de sus pelos y demostró la falsedad de la calumnia. Acto seguido se abalanzó sobre el calumniador, lo tiró al suelo, despojó a Max Eastman de su camisa y quedó patente que el calumniador era lampiño, que tenía menos pelos que el chocho de una muñeca y que Ernest Hemingway realmente era un tío de pelo en pecho. Ambos escritores acabaron la disputa como si de una pelea de macarras se tratara, tirándose de los pelos y llamándose uno a otro maricón e impotente. Alguien que presenció la escena comentó que “su imagen (de Hemingway) sufrió un gran deterioro”.
© Foto y texto: Paco Molina /2007


Nota: De la anécdota de los pelos de Hemingway tuve conocimiento al leer un ensayo de Margo Glantz publicado en México en 1984. Al relatar la anécdota me he permitido TEATRALIZARLA algo para quitarle la seriedad del ensayo.



2 comentarios:

Francisco Joaquín Marro dijo...

Qué curioso, incluso leí alguna vez un reportaje sobre Hemingway que también le quitaba la careta. En uno de esos escritos que sus descendientes quieren hacer pasar por novelas, según este reportaje, Hemingway alaba la belleza androgina de una nativa africana con la cabeza rapada... ¡diríamos que esto necesariamente pondria en entredicho la virilidad del autor de "El viejo y el mar"?
chispas, a los yanquis ya solo les queda John Wayne, porque lo que es en la montaña Brokeback el rodeo gay comenzó de veras, jjj
otra cosa: encantador el nombre de tu blog (cómo no se me ocurrió)

Francisco Artacho dijo...

Pues mira, puede que sí, pero yo no dejaría que nadie firmara por mí nada que yo no hubiese hecho, o al menos lo revisaría antes, no??????
Pero bueno, del IMD se puede esperar cualquier cosa.