lunes, octubre 08, 2007


BARBERO


Este no es de Sevilla, como el de la opera bufa, este es de Roma o tiene su barbería en Roma. Ya parecen que no quedan barberos, al menos ya no se ven letreros que ponga barbería, y los que se ven llevan años colgados en la entrada del establecimiento, algunos de ellos bellísimos de esmalte. Las cosas evolucionan y la utilización de las palabras también. Parece que ya nadie quiere ser llamado barbero en las grandes ciudades. Me contaba mi madre que hace bastante tiempo, tendría yo unos siete años, y recién llegados a una nueva vivienda, ella tuvo una conversación con una vecina del bloque de enfrente. Mi madre le preguntó, más bien por afirmarse en lo que ya sabía, ¿Su marido es barbero, verdad? Y la vecina parece que se ofendió y le contesto: ¡No, señora. Mi marido es peluquero! Esto pasó hace muchos años. El negocio de nuestro vecino era del tamaño de un cuarto de baño, dónde poco más cabía que el sillón y dos sillas para los parroquianos que esperaban su turno. Ni pensar quiero como habrá que llamar a estos nuevos locales de peluquería de diseño, y hablo de las de caballeros, porque en esto parece que no se ha evolucionado, barberos no quedan, pero caballeros sí y deben de ser pocos, porque cuando son nombrados salen en la prensa. Los misterios del lenguaje. Para mi cabeza yo ya no necesito ningún estilista, me quedan pocos pelos y los pocos pelos me los auto-rasuro con una máquina que también me sirve para arreglarme la barba. En mi memoria tengo grabado los “barberos”, con perdón, que he tenido, a los que les fui fiel. Durante años fueron algunos de ellos los que rompieron la fidelidad conmigo. Yo era adolescente y ellos ya adultos. Con el transcurso de los años algunos cerraban el negocio por dejar de serlo, hubo un tiempo que el pelo largo fue moda, o se jubilaban y en algún caso, por muerte del maestro barbero. En esta última causa es perfectamente comprensible su infidelidad hacia mí, fuerza mayor. Y, ¿cómo no ser fiel con quien te ponía en la yugular una navaja? Las de ahora son diferentes, ahora usan media cuchilla para un único uso. Antes preocupaba menos afeitar con la misma navaja a más de una persona y nos decían, como chiste, que cuando la afilaban o templaban con esa tira de cuero que iba tensada sobre una madera, igual que los carniceros usan la chaira para afilar sus cuchillos, lo hacían para aplastar a los microbios. A mí esas navajas siempre me han causado un gran respeto, vamos que me acojonaban, más aún desde que vi, siendo muy joven, la escena de la navaja y el ojo en la película surrealista de Luís Buñuel “El perro andaluz”. Cuando yo me sentaba en el sillón del barbero, y él perfilaba mis patillas o me recortaba la barba por la zona del cuello con esas navajas, yo sentía lo mismo que sigo sintiendo cada vez que viajo en avión, mi vida está en manos del piloto igual que entonces estaba en manos del barbero, con perdón. Me alegro de que este “estilista” de Roma siga conservando, además en piedra, la palabra barbero.
Paco Molina 8 octubre ´07. Foto ©Paco Molina/2005 http://www.photorecursos.com/

lunes, octubre 01, 2007


VUELTA AL COLE


Hace pocos días fue la vuelta al “cole”. Como todos los septiembres, de nuevo, las calles de nuestras ciudades se han llenado de la alegre algarabía de los niños camino del colegio. Van cargados con enormes mochilas o tirando de maletas tipo “troller”. A algunos se les ven tan cargados que, en lugar de ir unas horas al colegio, parecen como si fueran soldados y los hubieran movilizado para una guerra. Guerra esta en que, afortunadamente, las balas son de tiza y las trincheras son los pupitres. Guerra corta, que dura el tiempo que se ausenta del aula el o la “profe”. Al verlos me acuerdo de mi infancia y de mi primera cartera.


Cursé mi primera enseñanza en un colegio de los de entonces, de los llamados nacionales. De los de aulas presididas por crucifijos y a sus lados las fotos de Franco y de José Antonio. Los niños con los niños y las niñas con las niñas en los primeros cursos. Como uniforme una bata de color marrón, el babi, que más bien parecíamos drogueros pequeñitos. El colegio estaba en mi barrio, un barrio obrero. En ninguna casa sobraba un duro y en la mía tampoco.


Para el primer curso, y, supongo que por no poder comprarme una cartera, mi madre me hizo de tela de lona una bolsa con cremallera para los cuadernos y los lápices. Para mi imaginación infantil aquella humilde cartera no era sólo eso, era también el volante de un rapidísimo bólido que me llevaba al colegio. Yo, a la par que lo conducía, corría y hacia el ruido del motor "rummm, rummm". Cuando salía del cole también me llevaba a casa, pero más rápido, con ganas de llegar a ella y zamparme la merienda. Merienda de las de antes, medio bollo de pan con aceite de oliva y azúcar y otros días bocadillo de chorizo. Chorizo casero que mi abuela nos mandaba del pueblo.
Ahora conduzco un coche caro, trabajo muchas horas diarias, nunca almuerzo o meriendo en mi casa y, cuando tengo mis manos en el volante, equipado con airbag, mientras espero que el semáforo cambie de color no puedo evitar que se me humedezcan los ojos acordándome de lo feliz que era con aquella humilde cartera.



Nota: Escrito un nostálgico día de septiembre. Me he permitido la licencia de lo del coche, no conduzco ningún coche caro, lo demás real, tal como lo recuerdo de mi infancia. Paco Molina, septiembre 2007

viernes, septiembre 21, 2007


MUSEOS DEL FUTURO


Si el hombre, tal como lo conocemos hoy en día, sobrevive ¿Qué expondrá en los museos dentro de mil años referente a esta época? ¿Qué personajes actuales pasaran la criba de los siglos y estarán representados en esos museos? ¿Que gestas de la mitad del Siglo XX hasta nuestros días serán explicadas a los niños que acudan a ellos? En los museos de historia ¿Cómo se explicaran las guerras actuales? ¿Se ira a los museos físicamente o sólo habrá presencia virtual? Sólo los que vivan en ese tiempo futuro, que dudo de que sea una vida similar a la nuestra, si la hubiera, podrán saberlo. La historia sólo se puede contar hacia atrás, no hacia adelante. Algunos del pasado han querido perpetuarse por medio de sus imágenes, palacios o grandes gestas. Grandes ególatras del pasado han querido dejar su huella con intención de permanecer para siempre. De todos los millones de seres de nuestra especie que han poblado la tierra se pueden contar los que han dejado algo digno de ser alabado y respetado. Cada día que pasa y cada estudio que se hace de ellos más en humo los convierten.
Sólo tengo claro, en este asunto de la posibilidad de que haya una posteridad histórica, confusos términos al juntarlos, una cosa, igual que siempre, serán los que hayan ganado las diferentes batallas por sobrevivir, y no me refiero a la supervivencia biológica solamente, porqué he de suponer que la selección natural seguirá actuando, serán ellos, decía, los que valoraran que será digno de contar, bien sea para ensalzar o humillar a personas, países o descubrimientos.
Algún líder actual pensará que esta haciendo grandes gestas en favor de la liberación del mundo, lideres de uno u otro signo. Quizás estén soñando que sus actos serán en el futuro recordados como una gran epopeya. Permítaseme el chiste fácil, más que epopeya a alguno de estos líderes se les tendrá en el futuro el mismo respeto que a Popeye, y que me perdone el genial marinero de las espinacas por la comparación.

Foto tomada en el Museo Glyptoteka. Copenhague/DK 1995
©Paco Molina/1995.
http://www.photorecursos.com/

martes, septiembre 04, 2007


LA PALOMA, ¿ SÍMBOLO DE PAZ?


En la foto, esa paloma que sobrevuela cercana a una copia de la estatua de la libertad no es blanca. Hemos querido simbolizar la paz con una paloma de color blanco, pero las palomas no son sólo blancas. Son blancas cuando el hombre interfiere en la selección natural y elimina a las de color. Eso se hacía en Sevilla, los empleados del Parque de María Luisa sacrificaban a las de color para que sólo hubiera blancas y radiantes, como novias, en la Plaza de América. De niños nos llevaban a hacernos fotos con ellas. Previamente había que comprar un cartucho de semillas y darles de comer hasta que se posaban sobre nuestras manos, brazos y cabezas, entonces el fotógrafo disparaba su cámara. La sesión fotográfica acababa en llantos muchas veces, las uñas de las palomas arañaban. Hasta para simbolizar la paz hemos utilizado criterios falsos. Paloma blanca, la hegemonía del blanco sobre cualquier otro color. Dicen que el simbolismo viene dado por la paloma que envió Noé para averiguar si ya podía apearse, sin peligro de ahogarse, del zoo portátil que se había hecho. Y la paloma volvió con una rama de olivo, pero la leyenda del Génesis no menciona el color del ave. Además, la única guerra posible era con los elementos, con la lluvia, a no ser que Noé estuviera en guerra con su mujer, que difícil entonces iba a tener lo de poblar de nuevo la tierra, ingente trabajo ese de copular tanto. A los santos y a las vírgenes del cristianismo siempre los han pintado con una paloma blanca cerca, debe de ser que nuestros santos todos han sido aficionados a la colombofilia. Ahora parece que las palomas son un gravísimo problema en las ciudades. Además de la suciedad, sus excrementos deterioran la piedra, algunas piedras centenarias de monumentos históricos. Han proliferado mucho, no tienen depredadores y hay verdaderas legiones de abuelos que el único entretenimiento que les permiten sus bajas pensiones o su soledad es dar de comer pan duro a las aves. Quizás los gurús de la modernidad y del diseño gráfico tendrían que buscar un nuevo símbolo para la paz. Ahora las palomas no son queridas, son como ratas de ciudad. ¿Será una metáfora? Los señores de la guerra, la industria armamentística, los dueños del petróleo parece que tampoco quieren a la paloma, sobre todo si es de la paz. La paloma de mi foto parece que está a punto de posarse en la pequeña estatua y decirle:
¡Cómo estás menguando LIBERTAD!



Foto© Paco Molina/París 1998
Texto© Paco Molina/2007

Foto tomada en un mercadillo “marchés aux puces” de París





viernes, agosto 31, 2007


MIS LECTURAS EN LA ORILLA


Último día de agosto. Pero aún queda verano. En algunos lugares de nuestra geografía les tocará sufrir el calor del membrillo. Y en dónde yo estoy quedan bastantes días de playa.
Los meses de verano son propicios para la lectura. Puede uno llevarse varias horas al día leyendo sin agobiarse de las cosas que hay que hacer. Entre julio y agosto mis obligaciones han sido muy caseras y la de ser un buen, espero, anfitrión. También mantener una buena relación diaria con el gordo, y me refiero al gordo de la Cruzcampo, que por cierto, cosas del marketing, le han reducido bastante la barriga en la etiqueta.

Como decía el verano es un tiempo propicio para ponerse al día en lecturas. Algunas veces escoger un buen libro que te enganche y te haga disfrutar plenamente su lectura hasta el final es difícil. Los últimos tres que me he leído han sido un acierto pleno, un pleno al quince. Los tres muy distintos. Han sido “ Suite francesa” de Irene Némirovsky,“Me llamo Rojo” del turco y Premio Nobel de Literatura 2006, Orhan Pamuk, una novela fabulosa, que especialmente la disfrutaran quienes conozcan Estambul y a quienes les gusten los libros, no sólo leerlos sino el libro como objeto bello, es decir que sean bibliófilos. Es un “thriller”, con asesinatos y amor, que se desarrolla en el Estambul del siglo XVI. Y por último uno que me ha dejado impactado,” Kafka en la orilla” de Haruki Murakami.

Durante mi estancia en Sydney iba con frecuencia a la librería Kinokuniya, una librería especializada en diseño gráfico, fotografía y muy especialmente en libros orientales, especialmente japoneses. Allí me pasaba las horas viendo libros y revistas de fotografía y manuales de diseño gráfico. Es una enorme librería, de estas que permiten que curiosees libremente y hasta te puedes sentar a leer los que están sin precintar como display. Además cuenta con una extensísima selección de Manga, así que era normal ver a muchos jóvenes y no tan jóvenes frikis sentados en cualquier rincón con un comic en las manos. Algún día me explayaré hablando de esta interesantísima librería. Fue en la librería Kinokuniya donde por primera vez tuve constancia de “Kafka en la orilla”, en inglés titulado “Kafka on the Shore”. Me sorprendió que llevara mucho tiempo en el stand de los más vendidos, leí alguna reseñas y las solapas y desde entonces he querido leerlo. Aunque allí podía haberlo comprado en inglés o incluso la edición original en japonés, ni que decir tiene que he esperado a que se editara en castellano para meterle mano, no domino lo suficiente el inglés y menos aún el japonés para entender al señor Nakata, uno de los personajes.

“Kafka en la orilla” en un libro muy complejo, rico en referencias culturales clásicas pero escrito con un estilo de absoluta modernidad, que además enseña mucho acerca de lo que es la cultura nipona tradicional y la de los jóvenes y modernísimos japoneses. Tampoco le falta sensualidad y un fino sentido del humor. Es un libro mágico, realismo mágico de ojos rasgados. Lo recomiendo apasionadamente.

Como homenaje a la cultura nipona ilustro el texto con una foto que tomé en la Expo 92 de Sevilla, durante una exhibición de maestros japoneses en el arte de las cometas a quienes acompañaban estos “tamborileros”. ¿O eran coreanos? Estoy peor que el señor Nakata.

Texto© Paco Molina/2007
Foto© Paco Molina/www.photorecursos.com




miércoles, agosto 22, 2007


PELO Y PLUMA LITERARIA



De todos es sabido que los enfrentamientos entre artistas son bastante comunes. A la hora de odiarse ponen la misma capacidad creativa y el mismo talento con el que han sido dotados para las artes que para tratar de hundir al colega que odien. Y lo mismo vale entre artistas de tercera regional que entre grandes divos o monstruos de la creación. La diferencia será que el mayor nivel intelectual de los contrincantes enriquecerá el enfrentamiento, quizás más sutil (aunque no siempre los genios son sutiles), pero también más letal, y en el caso de los más mediocres podrá llegar a ser patética la pelea. En las altas esferas de la intelectualidad daña más una frase culta criticando al contrario que los arañazos que se dan en la cara, en las peleas, las mujerzuelas barriobajeras, aunque se dejen las caras como mapas de carreteras.

La historia de la literatura está llena de enfrentamientos entre literatos. Algunos de estos combates entre profesionales de la pluma han dejado escritas páginas memorables en el mundo de las letras. En lengua castellana tenemos el muy conocido enfrentamiento entre Quevedo y Góngora. ¡Las cosas que se dijeron estos dos hombres! Si se las dijeran autores actuales, muy probablemente acabarían en querellas judiciales. Además, hoy en día, donde lo políticamente correcto impera, algunos de los epítetos que Quevedo le dedicó a Góngora serían tildados, y con toda razón, de antisemitas. Góngora (1561-1627) nació en Córdoba de una familia bien y parece que de origen converso, y por ahí fue por donde le atacó Quevedo. El autor de La vida del Buscón escribe: “yo te untaré mis obras con tocino
porque no me las muerdas, Gongorilla”, una clara alusión a la prohibición que tienen los judíos de comer productos del cerdo. En otro verso le llama perro o, lo que es lo mismo, lo insulta llamándole “perro judío”. Para la nariz de Góngora también tiene alusiones racistas, ya que la describe como la que se le supone a los hebreos. Aunque se dice que ese enfrentamiento era debido a la forma de entender la literatura, cultistas contra conceptistas, parece más visceral que intelectual el aborrecimiento que se tenían. Y no hay una reacción emocional más visceral que la envidia y los celos. Si los celos en las relaciones de pareja pueden llegar a ser mortíferos por temor a los cuernos, entre los escritores y otros profesionales de la creación los produce el que el otro sea más leído, comprado o reconocido.

Más recientemente el enfrentamiento entre Francisco Umbral y Arturo Pérez-Reverte hizo que corrieran ríos de tinta. En esta pelea los escritores no estaban solos, cada uno de ellos contaba con sus padrinos de duelo. Los padrinos de Umbral, atrincherados en El Mundo, desenvainaron las espadas para defender al “maestro Umbral”. (¿Por qué algunos medios llaman a sus propios columnistas maestros?). La guerra llegó a su cenit cuando el “maestro Umbral”, en la presentación de Pasiones Romanas, premio Planeta 2005, se atrevió a decir que "...es la novela sin estilo, pero el estilo es la impronta masculina por excelencia. Está incardinada en las últimas tendencias, que no sabemos si son buenas o malas, pero tampoco Pérez-Reverte tiene estilo y no se le critica por ello". Como no era la primera vez que Umbral se metía con el estilo de Pérez-Reverte, éste le dedicó un artículo en El Semanal titulado “El muelle flojo de Umbral” en el que se despachó a gusto. Poco faltó para que no le diera con un calcetín sudado en la cara al ya anciano Umbral y, si no lo hizo, quizá fue por respeto a la edad. El artículo de replica a las palabras de Umbral no tiene desperdicio, lo llamó de todo. Creo que el artículo pone a Umbral en su sitio, sitio que no puede ser otro que muy bajo ya que el plomo pesa.

Sería muy larga la lista de autores de todos los tiempos que han tenido diferentes tipos de enfrentamientos con sus colegas. Cela dedicaba una de las ediciones de “La familia de Pascual Duarte” de esta manera (cito de memoria): “Dedico esta novela a mis enemigos, que tanto han contribuido al éxito de mi carrera”. En la mayoría de los casos se han justificado los navajazos que se han pegado, sean por escrito o verbales, por desacuerdo en el “estilo” o por entender que lo que escribe el otro no es literatura, por purismo literario. Claro, ninguno dice que le revienta que otro autor contemporáneo sea más reconocido internacionalmente por ser más traducido, que esté en la lista de los más vendidos o que firme más en la Feria del Libro. Porque, claro, la escritura que uno hace es una genialidad y los genios son unos incomprendidos, sobre todo en vida.

Las parrafadas anteriores me han servido para introducir la cuestión que yo quería plantear aquí: cómo un maestro de la literatura puede perder los papeles por una cuestión relacionada con el pelo corporal. ¿Puede un genio de la literatura del Siglo XX llegar a las manos, es decir, a pelearse cuan marino borracho en una taberna portuaria frecuentada por prostitutas y proxenetas, porque le digan que no es un hombre de pelo en pecho? He aquí la historia.

Hemingway fue la imagen del hombre macho norteamericano real (en la ficción eran los personajes del cine). Todo virilidad, gran cazador de leones en África y de mujeres por todo el mundo, gran amante, apasionado del toreo y de emociones fuertes, casado no sé cuántas veces, atrevido explorador, buen bebedor de güisqui, gran viajero. El hombre macho en estado puro. Pero, además, gran escritor, el más popular de su generación. Escritor que sólo sabía escribir de lo que había vivido y detestaba a los escritores que no salían de sus despachos y no habían vivido lo escrito. Si se escribe sobre la guerra hay que haber estado en una y si se escribe sobre la pesca hay que ser un as de la caña. Si no era así, le parecían escritores falsos. Parece que era muy echado para adelante y no toleraba a los melindrosos. Durante décadas fue corresponsal de diarios y revistas, lo que le permitió viajar por todo el mundo, estar en el ojo del huracán de muchos conflictos y ser testigo de actos políticos de una relevancia que modificaron el mundo en que vivió. Esa experiencia como corresponsal y enviado especial fue su “trabajo de campo” que luego convertiría en novelas. En cuanto a su físico, parece que producía estremecimiento en las mujeres, especialmente en las jovencitas amantes de los “daddys”, y he de suponer que también alegraba las pajarillas a más de un hombre. De hecho, sigue habiendo concursos en USA de “look” Hemingway. Hombre de barba blanca y torso lleno de pelos que parecían querer escaparse del pecho para unirse a la barba. Tenía casi siempre un buen color de piel, su gusto por el mar y los espacios abiertos le otorgaba un bronceado perenne, lo que hacía parecer aún más blanca su barba. Aunque ese deseo de aventura también le produjo más de un disgusto, ya que parecía propenso a los accidentes.

Hemingway, igual que otros muchos escritores, tuvo bastantes disputas con compañeros de oficio, pero sin duda la que más me ha sorprendido fue la que tuvo con el escritor Max Eastman, que está relacionada con los pelos del pecho de Ernest, de ahí el título de esta entrada. The New Republic publicó un artículo en 1933 firmado por el también escritor Max Eastman en que el autor aseguraba que Hemingway no era un “verdadero macho” porque “usaba pelo postizo en el pecho”. El artículo, más que cuestionar la virilidad o heterosexualidad de Hemingway, lo que cuestionaba era si los pelos del pecho que lucía eran auténticos. Acusaba a Ernest de tener un ¡bisoñé torácico! Parece una acusación absurda y más proviniendo de un escritor serio (Max Eastman fue especialista en escribir sobre el comunismo, parece que al principio tenía ideas afines al régimen bolchevique, pero luego fue uno de los primeros en denunciar el estalinismo). Si absurda parece la acusación, la reacción del que años después escribiera “Por quién doblan las campanas” tampoco estuvo a la altura que se esperaría de un gran escritor: usar la pluma y no la agresión física. Algunos años después de publicarse el artículo que trataba de dejar el pecho de Hemingway con menos pelos que una bombilla, ambos escritores se encontraron casualmente, estando rodeados de amigos comunes, y Ernest, nada más ver a Eastman, se descubrió el pecho, se pegó unos tirones de sus pelos y demostró la falsedad de la calumnia. Acto seguido se abalanzó sobre el calumniador, lo tiró al suelo, despojó a Max Eastman de su camisa y quedó patente que el calumniador era lampiño, que tenía menos pelos que el chocho de una muñeca y que Ernest Hemingway realmente era un tío de pelo en pecho. Ambos escritores acabaron la disputa como si de una pelea de macarras se tratara, tirándose de los pelos y llamándose uno a otro maricón e impotente. Alguien que presenció la escena comentó que “su imagen (de Hemingway) sufrió un gran deterioro”.
© Foto y texto: Paco Molina /2007


Nota: De la anécdota de los pelos de Hemingway tuve conocimiento al leer un ensayo de Margo Glantz publicado en México en 1984. Al relatar la anécdota me he permitido TEATRALIZARLA algo para quitarle la seriedad del ensayo.



lunes, agosto 13, 2007


EL AKELARRE


Los de este mundo que alguna vez han cruzado el umbral y han entrado en el mundo de ellos y han podido observar una de sus reuniones, han tenido la oportunidad de presenciar uno de los espectáculos más sobrecogedores y dantescos con los que un ser vivo se puede topar. Algunas veces escogen lugares apartados en el extrarradio urbano, pero suelen preferir el casco antiguo de las ciudades. Sus lugares preferidos suelen ser antiguos almacenes, hangares, antiguas cavas e incluso se da la paradoja de que algunas de estas reuniones se realizan en antiguas iglesias y conventos adaptados a su ritual. Suele ser habitual en grandes sótanos o semisótanos. Para que sus reuniones se lleven a cabo y no ser delatados es imprescindible que sus canciones, gritos, lamentos y percusiones con las que se ayudan para llegar al trance y el éxtasis no lleguen al oído de los que estamos en este otro lado, por eso les gustan los anchos y viejos muros. La luz es de panteón, mínima, la imprescindible para orientarse hasta llegar a la gran sala de ceremonias. Para tener acceso a una de estas reuniones hay que ser parte de ellos o al menos parecerlo. Igual que en el reino de Hades, las entradas están protegidas por un can Cerbero o varios. Los guardianes mitológicos del reino de los muertos no obstaculizaban la entrada ni hacían daño a las sombras de los muertos pero vetaban a los vivos. Éstos de ahora, si se percatan de que no formas parte de los iniciados, no te permitirán la entrada. Estas almas llegan de todos los lugares de la ciudad, y han estado toda la noche vagando, preparándose para el gran ritual. Algunas hacen muchos kilómetros hasta llegar al lugar del encuentro. Los cuerpos que las portan son de diferentes sexos, suelen alojarse en cuerpos jóvenes, aunque hay algunos de mediana edad. Una vez que les ha sido franqueada la entrada se dirigen a la sala principal, la más amplia. Preside la sala el Maestro de Ceremonias y Sumo Sacerdote de este encuentro. El sacerdote se encuentra en un lugar elevado similar a un púlpito, nadie puede entrar en su lugar sagrado. Para que nadie profane el Santo Sanctorum, el púlpito esta acristalado y el Maestro de Ceremonias encerrado dentro. El Maestro de Ceremonia está tocado con un gorro ritual que le deja tapada la nuca y la parte de atrás del cuello. Una diadema metálica en sentido trasversal de oreja a oreja le sujeta el gorro. De sus orejas le salen dos cuernos cilíndricos romos y delante de él, a la altura de sus manos, se encuentra el pequeño altar. De su cuello pende un enorme collar de bolas de acero en el que está engarzado un raro símbolo de origen mítico.

La reunión está en su clímax. Del techo cuelgan dos jaulas cerradas, en una se encuentra una mujer joven y en la otra un hombre de edad similar a la joven. Parecen ser las víctimas del sacrificio, están casi desnudos, sus danzas frenéticas denotan que les han tenido que hacer beber alguna pócima. Sudan copiosamente y con sus convulsiones se desprenden gotas de sudor que caen sobre el resto de la asamblea que se encuentra bajo los enjaulados. Junto a las jaulas y a cada uno de sus lados se encuentran dos enormes cajas también colgadas. En estas cajas debe haber alimañas encerradas que no dejan de pegar alaridos fortísimos y sonidos indescifrables. El ruido que sale de las cajas es ensordecedor. La mayoría de los convocados se encuentra a ras de suelo, bajo las cajas y frente a los enjaulados. Participan en una danza desenfrenada y algunos de ellos, que han conseguido llegar a mayor trance, saltan sobre una tarima donde sus convulsiones aumentan, tienen los ojos vidriosos y parecen estar ciegos, con la mirada perdida. Se desprenden de parte de sus ropas y se quedan con los torsos al aire, algunos sólo con los calzoncillos. Estiran sus brazos y los unen por las manos, las convulsiones unas veces son hacia un lado y otras veces hacia el lado contrario, incluso en sus ataques alguno se toca los genitales. A veces sus piernas parecen pegadas a la tarima y quedan inmóviles, mientras sus manos, troncos y cabezas parecen haber perdido el control y tener vida propia, moviéndose escandalosamente. Pero, de pronto, cambian y son sus piernas las que se mueven y sus torsos quedan como estatuas. En sus cuerpos llevan tatuados a sus dioses y a símbolos arcaicos.

Cuentan las leyendas de antiguos akelarres que el Macho Cabrío –Satán– iluminaba la reunión con el cuerno de la frente, con una luz superior a la de la Luna pero inferior al Sol. Aquí es el Maestro de Ceremonias quien controla la luz. De una luz de penumbra pasa a una luz cegadora, oscilando, ahora ves, ahora no. El calor, la danza desenfrenada, los brebajes y alucinógenos hacen que pierdan la noción del tiempo y la realidad. En las milésimas de segundo que duran los fogonazos de luz proporcionados por el Maestro de Ceremonias se ven unos a otros como seres superiores, inmortales, maravillosos. Cuando intentan articular palabras y hablar entre ellos sólo consiguen un intercambio de lluvia de saliva y palabras sin sentido. Pasar de la luz cegadora a la oscuridad produce el efecto óptico y alucinógeno de ver los movimientos de los demás como fotogramas de una película, a veces da la sensación de que se ha congelado la imagen.

Es el Maestro de Ceremonia quien controla todo. Él también está en trance, pero sus arrebatos son más suaves, de vaivén, de adelante hacia atrás, de vez en cuando se toca los cuernos que le salen de las orejas. Desde su púlpito lo controla todo, tiene el poder de hacer callar a las alimañas de las cajas o hacerlas chillar más. Puede pasar de la luz de la noche a la luz del día, también puede hacer que los reunidos se paralicen o se desboquen. Del altar mana todo su poder. En el altar, que se encuentra a la altura de sus manos, dos piedras sagradas finas y circulares de color negro giran. Él con sus manos toca las piedras sagradas y según en que forma lo haga así reaccionará la asamblea.

De pronto todo queda en silencio, la gente deja de moverse y una luz normal como la de este mundo ilumina la escena. El Maestro de Ceremonias se dirige a los reunidos y les dice. "Amigos, son las tres de la tarde. Nuestra discoteca va a cerrar. Os recordamos que todos los fines de semana a las seis de la mañana comienza nuestro After Hour".

Dedicado a mi amigo Yanguas DJ, magnifico Maestro de Ceremonia

Foto y texto ©Paco Molina / Texto publicado ya publicado en el 2002