lunes, octubre 01, 2007


VUELTA AL COLE


Hace pocos días fue la vuelta al “cole”. Como todos los septiembres, de nuevo, las calles de nuestras ciudades se han llenado de la alegre algarabía de los niños camino del colegio. Van cargados con enormes mochilas o tirando de maletas tipo “troller”. A algunos se les ven tan cargados que, en lugar de ir unas horas al colegio, parecen como si fueran soldados y los hubieran movilizado para una guerra. Guerra esta en que, afortunadamente, las balas son de tiza y las trincheras son los pupitres. Guerra corta, que dura el tiempo que se ausenta del aula el o la “profe”. Al verlos me acuerdo de mi infancia y de mi primera cartera.


Cursé mi primera enseñanza en un colegio de los de entonces, de los llamados nacionales. De los de aulas presididas por crucifijos y a sus lados las fotos de Franco y de José Antonio. Los niños con los niños y las niñas con las niñas en los primeros cursos. Como uniforme una bata de color marrón, el babi, que más bien parecíamos drogueros pequeñitos. El colegio estaba en mi barrio, un barrio obrero. En ninguna casa sobraba un duro y en la mía tampoco.


Para el primer curso, y, supongo que por no poder comprarme una cartera, mi madre me hizo de tela de lona una bolsa con cremallera para los cuadernos y los lápices. Para mi imaginación infantil aquella humilde cartera no era sólo eso, era también el volante de un rapidísimo bólido que me llevaba al colegio. Yo, a la par que lo conducía, corría y hacia el ruido del motor "rummm, rummm". Cuando salía del cole también me llevaba a casa, pero más rápido, con ganas de llegar a ella y zamparme la merienda. Merienda de las de antes, medio bollo de pan con aceite de oliva y azúcar y otros días bocadillo de chorizo. Chorizo casero que mi abuela nos mandaba del pueblo.
Ahora conduzco un coche caro, trabajo muchas horas diarias, nunca almuerzo o meriendo en mi casa y, cuando tengo mis manos en el volante, equipado con airbag, mientras espero que el semáforo cambie de color no puedo evitar que se me humedezcan los ojos acordándome de lo feliz que era con aquella humilde cartera.



Nota: Escrito un nostálgico día de septiembre. Me he permitido la licencia de lo del coche, no conduzco ningún coche caro, lo demás real, tal como lo recuerdo de mi infancia. Paco Molina, septiembre 2007

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